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Valles de la Marina Alta.AlicanteA veces basta con separarse unos pocos kilómetros de los lugares transitados para descubrir pequeñas joyas ocultas. Eso pasa en la costa alicantina, donde años de desarrollo sin control han dejado un muro de apartamentos y chalés. Pero si desde Denia dirigimos nuestros pasos hacia el interior, en dirección a Pego, en apenas media hora de viaje en coche sentiremos que hemos atravesado el túnel del tiempo. Un estrecho congosto de roca y palmeras da acceso a varios valles de la Marina Alta: Gallinera, Alcalá y Ebo y La Vall de Laguar último reducto morisco de Alicante, plagados de huertas y azarbes, almunias y acequias, aldeas blancas de callejuelas frescas, palmerales y campanarios que despuntan sobre la techumbre de adobe de las casas morunas. El primero es, si se entra por Pego, es la Vall de Gallinera, que tiene todo el encanto del valle morisco y la esencia cultural y paisajística heredada del mestizaje de dos formas de entender la vida que sobrevivieron en paz en estos olvidados valles hasta 1609. Los moriscos, musulmanes convertidos forzosamente al cristianismo tras la Reconquista, fueron finalmente expulsados ese año por orden de Felipe III. Los valles de la Marina Alta se despoblaron de la noche a la mañana, pero quedó la huella de sus vecinos en los topónimos (la mayoría de los pueblos empieza por el prefijo árabe beni, «hijos de»): Benirrama, Benissivá, Benitaia, Benissili ,Benimaurell ), y también en el paisaje y en la cultura agrícola. El collado de Benissili comunica con la contigua Vall de Alcalá, que debe su nombre al castillo que el caid Al-Azrach tenía en la Penya Blanca. En Alcalá se pueden ver alguno de los más interesantes despoblados moriscos, aldeas que quedaron abandonadas de urgencia en 1609 tras la ignominiosa expulsión de sus habitantes. Uno de ellos es L’Atzubieta, donde una sensación de premura y tragedia parece respirarse aún entre los arcos, dinteles y muros comidos por la hiedra. En la Vall d’Ebo, destaca el barranco del Infierno, una espectacular garganta muy visitada por aficionados al descenso de cañones, y las cuevas del Rull, acondicionadas para la visita turística. El magnífico macizo del Cavall Verd figura entre los puntos más altos de la comarca y desde su atalaya se contempla una de las mejores vistas panorámicas de la Marina Alta. Por tanto, sus 800 metros de altitud consagran el hábitat ideal de culturas remotas, como constatan numerosos hallazgos prehistóricos y algunos testimonios silenciosos que los abrigos del valle esconden. La historia empieza a tomar relevancia durante el apogeo del reino árabe de Dénia. Deberemos remontarnos al siglo X e imaginar sobre la montaña de doble pico la silueta de un soberbio castillo, a caballo entre la leyenda y el rigor histórico, que a través de los siglos dio mucho que hablar. |
Tabarca .AlicantePodría ser una ínsula barataria o un refugio de piratas. Porque algo tiene de ambas cosas. «No es movible ni fugitiva, tiene raíces tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones», como la isla de Sancho Panza. Además, pese a su perfil llano y abierto (los romanos la llamaron Planaria, isla plana), fue refugio de piratas berberiscos hasta el siglo XVIII. Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana y objeto de deseo de miles de turistas cada verano por su cercanía y facilidad de acceso desde Alicante o Santa Pola. Sus aguas de un azul transparente rodean Tabarca y sus islotes satélites: la Cantera, la Galera y la Nao. Los fondos están bien conservados gracias a la declaración del conjunto como reserva marina en 1986. El barco que la une con el cercano continente deja a los visitantes al pie de la muralla que Carlos III ordenó construir para protegerla de los ataques berberiscos, pero que no se terminó. Un pequeño arco da paso al pueblo, con sus callejas de tierra (se acaba de aprobar un plan para pavimentarlas), sus casas de cal y adobe y su estampa de otro tiempo. Destaca la figura de una gran iglesia barroca. Dada la escasez de agua y la pobreza de su suelo, Tabarca estuvo siempre deshabitada, hasta que en 1770 Carlos III mandó construir el poblado y sus murallas para alojar allí a 300 pescadores genoveses que estaban presos del sultán de Argel y por los que pagó un gran rescate. Los genoveses debían de evitar con su presencia que los piratas siguieran usando la isla como base. Procedían de la isla tunecina de Tabarqha, por lo que a su nuevo hogar lo denominaron Nueva Tabarca. Durante un día de verano, el trasiego de turistas hace imposible disfrutar la esencia isleña, pero al caer la noche, o mejor aún, en una tarde soleada de invierno u otoño, Tabarca se transforma en un lugar mágico. El silencio y la nostalgia se apoderan de sus piedras gastadas, de sus muros inconclusos, de sus calas de arenisca afilada por la erosión. Quedan entonces abiertos algunos bares y restaurantes donde probar un calamar de potera a la plancha o un caldero tabarquí, lugares donde los escasos parroquianos dejan pasar el tiempo con indolencia, ajenos al bullicio de la costa de enfrente, que pese a estar a solo 11 millas, parece quedar a años luz. |
Morella.CastellónAdemás de por sus fiestas sexenales, Morella es famosa por muchas más razones; por ejemplo, su impactante silueta cuando se le ve desde la carretera que viene de Vinaroz, con su recinto amurallado coronando una montaña puntiaguda. También destaca la perfección de su casco monumental, que se adapta como un guante a las irregularidades y los escarpes de la montaña. Morella es la capital de la comarca de Els Ports y una de las ciudades más atractivas del arco mediterráneo. No es de extrañar que durante las guerras carlistas, Morella se convirtiera en el bastión del general Ramón Cabrera: tomar un nido de águilas como este constituía una misión imposible. La ciudad amurallada envuelve como una bufanda las rocosas laderas de la montaña: por sus calles, más que caminar, se trepa. El paseo puede empezar en cualquiera de las seis puertas que horadan los 2 kilómetros y medio de muralla: la de Sant Mateu, de Sant Miquel, del Rei, dels Estudis, de la Nevera, de Forcall o de Ferrissa. Por una u otra se termina dando con la calle Blasco de Alagón, que con sus bajos porticados es la más pintoresca y transitada. Siempre en ascenso (Morella es una ciudad de cuestas) van quedando a un lado y a otro casonas blasonadas, palacetes e iglesias como la de Sant Nicolau (hoy museo del Sexenni) o Santa María la Mayor, la gran obra religiosa de la localidad. La ascensión termina en el castillo, con su estructura de recintos concéntricos y una vista inconmensurable sobre la comarca de Els Ports. La palabra más usada en Morella es Sexenni, como se denomina a la gran fiesta patronal de esta villa, una de las más antiguas y famosas de la Comunidad Valenciana. Se celebra en recuerdo de una rogativa del siglo XVII que salvó a la ciudad de la peste, y tienen su punto culminante en la romería de la Verge de la Vallivana, que es llevada a hombros desde su santuario hasta Morella. Sexenio en este caso indica que las fiestas se celebran cada seis años. |
Alto Palancia.CastellónLa provincia de Castellón esconde parajes de media montaña que resumen las esencias del paisaje mediterráneo característico de la Comunidad Valenciana: bosques de pino de repoblación, macizos calcáreos, pequeñas aldeas de adobe y teja moruna, arroyos que juguetean entre peñascos escoltados por álamos, sauces y chopos y un rico patrimonio histórico en el que son visibles las huellas íberas, romanas, árabes y sobre todo, mudéjares. Es el caso de la cabecera del río Palancia, un valle escondido entre la últimas estribaciones del Sistema Ibérico y la costa mediterránea. Esta es una comarca tranquila y apacible que, sin embargo, ocupó un lugar estratégico en las comunicaciones entre Valencia y el reino de Aragón. Segorbe es su capital y principal centro de servicios. Fue sede episcopal desde época visigoda, por eso tiene una hermosa catedral, un edificio gótico levantado en el siglo XIII sobre el que se han practicado numerosas ampliaciones y reformas. Quedan también restos de su recinto amurallado: las torres de la Cárcel y del Botxí (verdugo) son dos poderosos torreones de piedra caliza que antes marcaban el fin del perímetro urbano y que hoy han sido devorados por la ampliación de la ciudad. Desde la catedral se accede al casco medieval de Segorbe, estrecho y laberíntico, que nos llevará al arco de Verónicas, uno de los antiguos portones de la muralla, y a la plaza del Ayuntamiento, un agradable espacio semipeatonal donde destaca el antiguo palacio ducal de los señores de Segorbe, hoy convertido en casa consistorial, al que hay que entrar para ver uno de los mejores artesonados mudéjares de la provincia. Pero hay muchas más evidencias de ese arte mudéjar, realizado por musulmanes afincados en los reinos cristianos, en la comarca del Alto Palancia. Sobre los tejados de Jérica, el siguiente pueblo, sobresale la espigada torre mudéjar de las Campanas, única en la Comunidad Valenciana. Parece como si toda la masa compacta de adobe y cal del pueblo sirviera de arbotante para sostener este sorprendente campanario, rematado como todas las torres mudéjares, con una filigrana de mampostería y azulejos vidriados. |
Altea. Alicante Podría optar con éxito al título de localidad más bonita de la Costa Blanca. Situada en la comarca de la Marina Baixa, Altea es una de las pocas ciudades costeras de la Comunidad Valenciana que supo conservar un tanto de sabor añejo y un mucho de construcciones tradicionales en su casco antiguo, mientras todo alrededor sucumbía al desarrollismo playero más salvaje. La vieja Altea, encaramada en un cerro, es el referente artístico y cultural de toda la comarca. Un compacto mar de paredes blancas y tejas morunas parece abrazar toda la montaña. Por encima sobresalen las dos cúpulas de tejas azules y blancas de la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, «las cúpulas del Mediterráneo». En las noches de verano, sin tráfico, las calles empinadas se transforman en el escenario soñado por todos de lo que debió (o debería) de ser un pueblo costero mediterráneo. |
Castell de Guadalest . Alicante La Puerta de Sant Josep, excavada en la roca, da paso a la única calle de este pueblecito de la montaña alicantina, uno de los más visitados de toda la Comunidad Valenciana. Guadalest sorprende por su emplazamiento casi imposible, por lo genuino de su ambiente y porque los vecinos lo han preservado de atrocidades urbanísticas que hubieran arruinado su estampa rural. En tan reducido espacio de una sola calle caben el Ayuntamiento, la casa de los Orduña (antiguos señores feudales), hoy reconvertida en museo municipal, la iglesia parroquial y el pequeño cementerio. El entorno del enclave no es menos vistoso. El valle de Guadalest guarda toda la esencia del valle morisco, con sus palmerales, sus acequias y sus huertas feraces. |
Dunas de Guardamar . Alicante Los 15 kilómetros de dunas que separan el pueblo de Guardamar y el litoral del mediterráneo constituyen una rareza geológica en esta costa, poco propicia para semejantes fenómenos naturales. Pero son dunas vivas y activas gracias a los fuertes vientos del noreste que llegaron a ser una amenaza para el pueblo (las dunas se movían 5 metros al año). Durante el último siglo se han ido fijando mediante la plantación de palmeras y pinos en zonas estratégicas y la colocación de setos. Vencido el problema, lo que ha quedado en la actualidad es un bosque artificial pero muy denso que incluso ha creado un microclima sobre el frente dunar, con zonas de verdor antes imposibles en este clima seco mediterráneo. Los restos de un castillo guardan la desembocadura del río Segura, que completa el espacio natural. |
Peñíscola . Castellón Pocas ciudades pueden presumir de haber sido sede pontificia. Esta pequeña y turística villa castellonense lo fue, cuando el Cisma de Occidente provocó la bicefalia en la Iglesia católica, con un papa en Roma y otro, Pedro Martínez de Luna, el Papa Luna, en Aviñón. El Papa Luna se autoexilió en Peñíscola en 1411. Su castillo-palacio aún corona el horizonte de la ciudad y se ha convertido en uno de los monumentos más visitados de España. La roca sobre la que se levanta Peñíscola guarda otros puntos de interés: las murallas mandadas construir por Felipe II, la iglesia de Santa María, en el casco antiguo, el Museo del Mar o el Bufador, un curioso túnel natural excavado en la roca por el que los días de mala mar el Mediterráneo parece respirar. |
Penyagolosa .Castellón Por su altura (1.814 metros) y su cercanía al mar, 60 kilómetros tierra adentro, el macizo de Penyagolosa atesora rasgos especiales que le han convertido en una especie de microrreserva de flora, diferente a otras cadenas calcáreas del litoral mediterráneo. Su cima, con paredes que se precipitan 200 metros en vertical, es uno de los destinos favoritos para los amantes de la escalada. Penyagolosa es también el destino de una de las marchas de larga distancia más famosas de España. Sale de Castellón con la primera luna llena del año para recorrer en un solo día los 63 kilómetros que separan la capital de la provincia del santuario de Sant Joan de Penyagolosa, un conjunto de edificaciones, templo y hospedería que parece tener su origen en el siglo XIII. |
Islas Columbretes . Castellón A 2 horas de navegación desde el puerto de Castellón aparece uno de los archipiélagos más curiosos del Mediterráneo español: las islas Columbretes. Son cuatro grupos de islotes que parecen haber emergido de la nada y ser el escenario perfecto para la guarida del tesoro en una película de piratas. La característica forma de cráter de la Columbreta Grande o Illa Grossa delata su origen volcánico. Hasta 1975 vivía en ella la familia del farero, aunque hoy tan solo está habitada por los técnicos del parque natural. Las Columbretes es un paraíso para la práctica del buceo, con fondos bien conservados y rica fauna marina. La Foradada, la Ferrera y el Carallot son las otras tres islas grandes. |
Albufera .Valencia La Albufera abarca 21.000 hectáreas de aguas someras y arrozales repartidas entre 13 municipios. Es una de las principales lagunas litorales del Mediterráneo, motor de la economía pesquera de la comarca antaño y hoy referencia medioambiental, sobre todo desde su declaración como parque natural en 1986. El lago ha ido reduciéndose de tamaño de forma alarmante, hasta convertirse en una mancha de aspecto redondeado, de tan solo 6 kilómetros de diámetro, pero a finales del siglo XIX ocupaba tres veces más espacio. Los arrozales tienen parte de la culpa de la colmatación de la laguna. Hoy ya no hay tantas velas latinas ni tantas perchas como cuando Vicente Blasco Ibáñez reflejó el costumbrismo de sus riberas en Cañas y barro, pero la Albufera sigue siendo la gran reserva natural y rural a las puertas de Valencia. |
Lonja de la Seda .Valencia Puede parecer un recinto religioso del gótico más espléndido, pero es uno de los mejores edificios civiles de esa época, dedicado, eso sí, a otro dios: el dinero. La lonja de Valencia es la exaltación del poder que llegó a tener la burguesía comercial valenciana del siglo XV. Es una verdadera obra maestra del gótico civil, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Nada más entrar maravillan las 24 columnas del Salón de Contratación, donde los antiguos comerciantes colocaban sus tenderetes. Desde el salón, una puerta de cristal da paso al Patio de los Naranjos, un relajado espacio con una fuente rodeada de naranjos y cipreses. La lonja valenciana fue construida en solo 15 años, según reza una leyenda tallada por el arquitecto en las paredes del columnario. |