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Calblanque

El Parque Natural de Calblanque es una palmera y un palmito, una azufaifa y un cornical. Es la luz mediterránea, el viento cálido y el cielo infinito.

Este largo arenal está abierto a los vientos de poniente y segmentado por diversas calas que encajan como elipses doradas entre los negros roquedos de la sierra costera murciana.

parque natural de calblanque

Es un modelo de ecosistema mediterráneo sin contaminar, y a solo unos kilómetros de las torres de apartamentos de la Manga del Mar Menor.

Arenas brillantes, acantilados oscuros y dunas fósiles de gran interés geológico se reparten por igual en esta banda costera cercana al cabo de Palos.

También podría ser un espejo en el que se refleja el paisaje africano de la otra orilla del Mare Nostrum, colonizado por plantas de nombre enamoradizo: artos, orovales, cornicales, bayones y albaidas.

Los expertos les llaman iberoafricanismos, es decir, especies presentes en ambas orillas del mar Mediterráneo.

Estos arbustos inteligentes y de nombre poético (habría que agradecerles a nuestros antepasados hispanomusulmanes que nos dejaran raíces fonéticas tan hermosas para definir a las plantas) están bien adaptados a la extrema sequía habitual del sureste español, que pierden la hoja cuando llegan los estíos veraniegos y florecen como un arrebato de vida en cuanto se presentan las primeras lluvias primaverales.

Todavía pueden verse densas manchas de coníferas de repoblación, que sustituyeron a las encinas naturales.

En las viejas salinas del Rasall, dos lagunas naturales que el hombre transformó para su empleo como explotación salinera, vive el fartet, un pequeño pez endémico de charcas y salinas. También son un importante hábitat para numerosas aves, como cigüeñuelas, garcetas, chorlitejos, flamencos, achibebes y avocetas.

salinas del rasall

Solo los restos de algunas explotaciones mineras y dos núcleos de pequeñas casas cúbicas y encaladas (Covaticas y La Jordana) nos recuerdan el paso del hombre por Calblanque.

Sus habitantes vivían de la agricultura de secano y de la recolección de leña en los bosques de pino que había en las laderas del pico del Águila.

Tanto en Covaticas como en la aldea de La Jordana se conservan algunos ejemplos de típica casa cúbica mediterránea.

Valle de Ricote

La Vega Media del Segura es una comarca donde la impronta árabe lo domina todo: las costumbres, la historia y las técnicas de cultivo.

Hasta el paisaje, más próximo a Oriente Medio que al continente europeo, parece beber de aquellos remotos días en que los moriscos del reino de Murcia pudieron vivir en paz cultivando sus tierras en el valle de Ricote, como se conocía entonces al tramo del río Segura entre Cieza y Archena.

Ricote se convirtió en uno de los últimos reductos de la cultura agrícola hispanomusulmana hasta la expulsión de los conversos en 1614.

De esa presencia tardía nos han quedado azarbes, norias, palmeras, acequias, cangilones, bancales, tablachos y un sinfín de vocablos de raíz árabe que salpican la jerga local.

valle de ricote

Junto a la vieja carretera entre Cieza y Archena, siempre pegada al río, los bancales se suceden milimétricamente surcados por tal infinidad de sendas y veredas que hay que nacer huertano para no perderse por ellas.

Hay judías y tomates, habas, pimientos, albaricoques, melocotones, naranjos y limoneros, álamos, higueras y palmeras, y casitas desperdigadas por toda la vega sin que realmente se sepa dónde acaba una pedanía y dónde empieza la otra. Hay también silencio y una luz intensa y fresca que sacude los sentidos cuando se camina por las veredas.

En una orilla está Ulea, con sus casas de color azulete y sus calles frescas; enfrente, Villanueva, apiñada sobre una loma que domina el valle; más arriba, Ojós, con sus casonas nobles y su iglesia mudéjar, y un poco más arriba, Ricote, el pueblo que curiosamente da nombre al valle aunque sea el más alejado de las riberas del río.

ulea

En Archena el río se embosca en un agradable y refrescante bosque de ribera, uno de los últimos vestigios de la vegetación que en tiempos no muy lejanos cubrió las riberas del Segura.

Allí, entre álamos, chopos, pinos y eucaliptos centenarios, se construyó a principios de siglo XX el famoso balneario de Archena, heredero de toda una cultura del ocio en torno al agua (curiosamente, el bien más escaso en esta tierra sedienta) que iniciaron los romanos (como lo atestigua una inscripción en mármol que se conserva a la entrada del recinto) y mejoraron más tarde los invasores árabes.

Calas de Bolnuevo y Calnegre

Buena parte de la costa murciana, la que va desde el límite con Almería hasta el cabo de Palos, presenta un perfil quebrado y montañoso, en el que abundan lajas de pizarra y calizas resecas cuyas escarpaduras terminan por morir en un mar casi siempre dócil y transparente.

Hay multitud de rincones salvajes: la Azohía, la cala del Portús. Pero es entre el Puerto de Mazarrón y Águilas, los dos principales núcleos veraniegos, donde este trozo de costa es más virgen.

calas de bolnuevo y calnegre

Este es un territorio aún sin conquistar que empieza en la ciudad encantada de Bolnuevo, donde el viento ha modelado formas imposibles sobre amarillentos bloques de arenisca.

Más adelante está Punta de Calnegre, un paisaje casi africano atrapado en la misma soledad que invade toda esta costa murciana. Solo hay una forma de atravesar Calnegre junto a la línea del mar, y es internándose por una pista de tierra en aceptable estado de conservación que culebrea entre alijares y ramblas pedregosas que desaguan el sobrante de las tormentas en playas de cantos redondos y negruzcos.

Es una ruta lenta, fatigosa para el vehículo, pero muy bella.

Quienes prefieran un trayecto más confortable pueden tomar la pequeña carretera asfaltada del Garrobillo, que discurre unos kilómetros tierra adentro, entre un mar de invernaderos.

Este es un puro desierto pedregoso, pero en ello radica su belleza y su misterio. Brezales, lastonares de esparto, henequenes, pitas y coscojas pueblan un territorio duro y áspero quebrado por un sol cegador. Salpicando la solana aparecen retazos amarillentos de cereales, mientras la calina cimbrea el fondo ocre y pardo de las ramblas.

Se suceden los kilómetros de playas solitarias en las que solo algunas cortijadas de adobe o unas palmeras datileras rompen de vez en cuando el perfil desnudo de sus lomas negras.

La carretera llega hasta el cabo Cope, el tercer gran accidente geográfico de la costa murciana, donde la espuma del oleaje casi lame los sillares de una torre fornida y cuadrangular.

cabo cope

Al contemplar sus almenas uno se imagina la zozobra y el temor que debían de experimentar sus servidores al ver aparecer velas enemigas sobre esa misma línea de horizonte azul que ahora se antoja sinónimo de paz y dulzura.

Mar Menor

La «mar chica», como la llamaban en la Edad Media, es una gigantesca piscina salada de 170 kilómetros cuadrados de superficie con cinco islas volcánicas en su interior donde el sol brilla casi tanto como la ausencia de oleaje.

Es un mar pequeño en comparación con el Mar Mayor, como llaman los murcianos al Mediterráneo, pero grande en sensaciones. Pese a que sus riberas están ya muy saturadas de construcciones veraniegas, el Mar Menor sigue siendo un lugar de luces mágicas en primavera y de recuerdos de niñez.

mar menor

Los recuerdos son los crepúsculos que coronan de oro la isla del Barón o la Perdiguera al atardecer, las mañanas etéreas de paz infinita, la luna llena despuntando tras el faro del cabo de Palos, el susurro del viento al colarse por un palmeral.

faro del cabo de palos

Esta es la gran laguna salada del Mediterráneo español y uno de sus parajes más singulares.

Teatro romano de Cartagena

Cartagena tiene ya poco que ver con el fantasma de ciudad posindustrial que fue. La apatía social y económica han dejado paso a una interesantísima oferta cultural entre la que destaca el teatro romano, descubierto de manera casi milagrosa al demoler la antigua casa palacio de los Condes de Peralta.

teatro romano de cartagena

El teatro es un gran espacio escénico que reposaba olvidado debajo del casco viejo de Cartagena: para devolverlo a la luz hubo que hacer desaparecer un barrio entero de casas viejas. Impresionante por su tamaño y por su estilo constructivo, el teatro romano se ha convertido en uno de los ejes culturales y monumentales de la ciudad.

Gracias a este tirón, la urbe ha puesto en valor todo su patrimonio histórico-artístico agrupado bajo la marca «Cartagena, Puerto de Culturas», un espacio en el que interpretar y sentirse a la vez intérprete de 2.500 años de historia.

Sierra minera de La Unión

Las minas de la sierra de La Unión huelen aún a carburo y salitre, pese a que llevan décadas cerradas. Su riqueza fue valorada ya en tiempo de los romanos, que las explotaban con 40.000 esclavos y extraían plata por valor de 25.000 dracmas diarios.

La fiebre de la minería enriqueció a la comarca en los años de entreguerras, tanto que fue conocida como «la nueva California». La sierra ofrece algunos de los paisajes áridos más bellos de Murcia.

sierra minera de la union

Dos caminos permiten cruzarla y apreciar el escenario de bocaminas, escombreras y castilletes: La pista de tierra que enlaza el Llano del Beal con la carretera de Los Belones a Portmán y la carretera asfaltada entre Portmán y Escombreras sorteando algunas de las más espectaculares minas a cielo abierto.

Casino de Murcia

Hasta mediados del siglo XX, la vida social murciana discurría, como en toda buena ciudad de provincias, en torno al casino, construido en 1847 en estilo neoclásico.

Hoy, después de una larga restauración, el casino continúa siendo el edificio público más emblemático de esta urbe.

casino de murcia

Tiene un patio neonazarita construido a principios de siglo XX por Manuel Castaños, inspirado en las suites reales de la Alhambra granadina, que sirve de transición entre el vestíbulo y los salones centrales.

La biblioteca guarda el mismo ambiente silencioso y ceremonial que cuando fue inaugurada en 1916.

casino de murcia

El tocador de señoras es otra soberbia pieza decimonónica. Pero la pieza más noble del edificio es el Salón de Baile, con su lámpara de araña de 110 bombillas y 620 piezas diferentes de cristal tallado que ha sido testigo privilegiado de los mejores acontecimientos sociales de la ciudad.

Lorca

La llaman «ciudad del sol» porque en este rincón del valle del Guadalentín, paso clave en las comunicaciones entre Levante y Andalucía, abundan los días sin nubes.

Es una de las ciudades monumentales de Murcia, con una larga y compleja historia. A destacar el casino, ecléctico recuerdo de tiempos pasados; sus muchas mansiones solariegas, como la de los Moreno, hoy convertida en museo arqueológico, o el palacio de los Guevara, la mejor obra de la arquitectura civil barroca murciana.

lorca

Donde mejor ha quedado grabado el esplendor de Lorca es la plaza de España.

El conjunto lo preside la iglesia de San Patricio, en puro estilo barroco murciano, y lo cierran el palacio del Corregidor y el Pósito.

El castillo perteneció a la línea fronteriza cristiana con el vecino reino nazarita de Almería y Granada. En su torre Alfonsina estuvo alojado Boabdil el Chico.

lorca

Aledo

La descripción del itinerario entre Murcia y Almería que hizo el geógrafo árabe Al-Idrisi en el siglo XII cita ya la fortaleza de Aledo, un pueblo donde la vida discurre a un ritmo sosegado por unas callejas estrechas y frescas a las que asoman casas de teja moruna y paredes encaladas, apretujadas unas contra otras, como si temieran caer rodando por los riscos sobre los que se aúpan la fortaleza y el pueblo.

aledo

Lo que ha hecho famoso a Aledo es la torre de la Calahorra, un fortín construido en el siglo XI.

Junto al castillo se levanta la iglesia de Santa María, un templo barroco con dos torres gemelas. Cada 6 de enero las tranquilas calles de Aledo se ven desbordadas por una marea de gente que acude a ver su famoso auto de los Reyes Magos.

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