Cantabria |
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Bárcena MayorBárcena está situada al final de una carreterita local que nace en El Tojo y que recorre 10 kilómetros de paisajes inmaculados en el valle del Saja. Es un cul de sac al que se llega con esfuerzo. Además, una vez allí, hay que dejar el coche en un aparcamiento disuasorio y continuar a pie hacia el pueblo. Cuando por fin el viajero se sumerge en unas calles empedradas que han variado poco de fisonomía en los últimos siglos, entiende por qué Bárcena Mayor se ha convertido en uno de los pueblos emblemáticos de Cantabria, además de uno de los más antiguos y solicitados en toda ruta turística. Bárcena es un pequeño museo en piedra, una genuina aldea montañesa del Medievo en la que, por azares milagrosos del destino, no hay una sola construcción que desentone ni ningún desaguisado urbanístico que afee su estampa. Cada rincón, cada esquina de este pueblo-museo ha sido tratado y restaurado con mimo hasta lograr un conjunto arquitectónico en el que el visitante puede sentirse inmerso en la realidad de una aldea montañesa de siglos pasados. Todo son casonas cántabras de mampuesto de piedra y recias vigas de madera con sus arcos de sillar y sus galerías porticadas mirando siempre al sur, en busca de un recuelo de calidez en estas frías montañas cántabras. Este pueblo, con su denso entramado urbano, con dos calles principales y varias placitas con fuentes y lavaderos apiñadas en torno a una bella iglesia del siglo XVII, fue declarado conjunto histórico-artístico en 1979. Bárcena está dentro de la Reserva del Saja, la gran mancha verde que antecede al Parque Nacional de Picos de Europa, por su vertiente cántabra. Un extenso bosque de hayas y robles, de 1.800 kilómetros cuadrados de superficie, que engloba a buena parte de los valles occidentales de Cantabria. Los extensos y bien conservados bosques de hayas de la reserva esconden una significativa población de ciervos, corzos, jabalíes, lobos y los últimos especímenes de urogallo y oso pardo. Un sendero G.R. (Gran Recorrido) permite atravesar en ocho jornadas toda la reserva, desde Bárcena de Pie de Concha hasta Sotres. |
Marismas de Santoña y puntal de LaredoLaredo es una de las Cuatro Villas del mar de Castilla por las que entraba y salía la mayoría de las mercancías del viejo reino castellano. De esa época es la Puebla Vieja, el casco antiguo, que todavía conserva recuerdos de aquel puerto bullicioso con rúas de piedras bruñidas, tabernas patibularias, torreones defensivos y palacios que supo del comercio con América y con los Países Bajos, y por el que entró Carlos V el 26 de septiembre de 1556 acompañado de una escuadra de 56 buques camino del monasterio de Yuste, la que sería su última residencia. Pero Laredo es conocida también por la playa de la Salvé, uno de los frentes dunares más impactantes de Cantabria, pese a que tiene en paralelo otro frente, pero de ladrillo y cemento en forma de chalés y edificios de apartamentos. La playa, un paisaje abierto y diáfano que en marea baja parece prolongarse sin fin, es en realidad la margen derecha de la ría de Treto, formada por la desembocadura de los ríos Asón y Clarín, que separa Laredo de Santoña y que da vida a uno de los humedales más importantes del norte de España. A toda esa zona intermareal se le conoce como marismas de Santoña, reserva natural desde 1992. En estas marismas conviven rías, marjales, praderas de fanerógamas marinas, espartinales, bancos de arena, zonas de aguas someras de fondo fangoso, dunas y playas. El río Asón aporta sedimentos y materia orgánica en suspensión que se va acumulando en el estuario que forman los páramos mareales. Este es un entorno perfecto para las más de 20.000 aves acuáticas pertenecientes a 50 especies diferentes que pasan cada invierno por aquí, entre ellas las llamativas espátulas procedentes del norte de Europa, que hacen un alto en el camino en Santoña en su viaje hacia Doñana. También es fácil ver garzas, garcetas, zarapitos reales, patos de varias especies, araos y cormoranes. Pese a que las marismas están muy antropizadas, han sobrevivido algunas reliquias, como uno de los últimos encinares autóctonos del Cantábrico, o la vegetación original de los acantilados del monte Buciero. Todavía existe un servicio de barcas que une a diario el puntal de Laredo con Santoña, salvando la desembocadura de la ría. En la orilla de Santoña se alzan los muros del fuerte de San Carlos, del siglo XVII, uno de los que protegía el acceso a estos importantes puertos. |
LiébanaEs una comarca singular, un remanso de paz aislado por altas cumbres cuyo único acceso natural fue siempre el desfiladero de la Hermida, otra garganta oscura y húmeda, taladrada en este caso por el río Deva, a la que el gran novelista Benito Pérez Galdós llamó el esófago de la Hermida, porque «al pasarlo se siente uno tragado por la tierra». Liébana está integrada por cuatro valles (Espinama, Cabezón de Liébana, Vega de Liébana y el propio desfiladero de la Hermida), encajados entre las cumbres imponentes de los macizos Central y Oriental de los Picos de Europa. Los cuatro desaguan en Potes, capital y principal núcleo de población de la comarca, además de ser uno de los pueblos más encantadores de la serranía. Este aislamiento geográfico de Liébana propició el refugio de monjes, nobles y eruditos que huyeron de la Meseta tras la invasión árabe. Esta migración trajo a Cantabria nuevas ideas y actividad intelectual, que se concretaron en la construcción de varios centros monásticos, entre los que destacó el de Santo Toribio. Pese a su humilde porte, el monasterio de Santo Toribio comparte con otros grandes centros de la Cristiandad, como Roma, Santiago de Compostela, Caravaca de la Cruz y Jerusalén, el privilegio del Jubileo. Se lo otorgó el papa Julio II en 1512 y contempla la indulgencia plenaria a todos los que «estando confesados, visiten alguna de las capillas del monasterio», aquellos años en que la fiesta del santo, el 16 de abril, caiga en domingo. Los lugareños alternan su plácida existencia entre los cuidados del ganado vacuno y la fabricación de quesos, de los que hay una docena de modalidades, desde los quesucos de Liébana hasta el picón de Tresviso, manjar recio y para paladares iniciados. El turismo, que ya ha llenado los alrededores de Potes de nuevas construcciones, es la segunda fuente de ingresos del valle. La curiosa morfología de los valles de Liébana, estrechos y embutidos entre los paredones gigantescos de la cordillera Cantábrica y los Picos de Europa, y la cercanía del mar le confieren un microclima tibio que permite cultivar naranjos, vides, trigo y granados en los valles, mientras en las cumbres, a 2.500 metros de altura, se acumulan las nevadas. |
Saja-NansaLa Reserva del Saja-Nansa es una gran mancha verde cuajada de hayas y de robles que antecede al Parque Nacional de Picos de Europa y que a diferencia de este, ofrece una orografía bastante más suave y asequible. Esta comarca natural está repartida entre 12 municipios cántabros y bañada por los dos ríos homónimos que atesoran aldeas y pueblos con encanto y grandes bosques autóctonos de hayas, robles y abedules. Un paisaje «del cual jamás se sacian los ojos», como escribió Benito Pérez Galdós en 1876 en su relato «Cuarenta leguas por Cantabria» y por el que corren aún especies emblemáticas como el oso, el lobo y el urogallo. Hay un sendero de Gran Recorrido, el GR 97, que une estos montes con la localidad asturiana de Sotres y que permite atravesar en ocho jornadas toda la reserva, desde Bárcena de Pie de Concha a Sotres. La senda pasa por Los Tojos, una pequeña localidad montañesa que ofrece una magnífica balconada al valle y a buena parte de la Reserva del Saja-Nansa, y también por Colsa, caserío prácticamente deshabitado en el que se están volviendo a restaurar buenas mansiones de piedra. La senda avanza a veces por trochas abiertas entre helechos, endrinos y majuelos y en otras ocasiones aprovecha alguna barga, antiguos caminos carreteros por los que se bajaba la hierba de los prados de altura hasta los establos de las aldeas. El viejo y compacto bosque rodea las bargas en un abrazo intenso de robles, avellanos, tejos y hayas. En muchos momentos el caminante puede creer que se ha salido del mundo. La cabecera de los valles es rica también en cuevas con arte paleolítico. En la cueva del Porquerizo, en Rionansa, se encontraron pinturas y herramientas de sílex del período Solutrense (de 20.000 a 17.000 años de antigüedad). Aunque la más famosa es la cueva del Soplao, entre Rionansa y Valdáliga, que, aunque no posee restos paleolíticos, tiene 17 kilómetros de bellísimas galerías llenas de formaciones calizas (estalactitas, estalagmitas, helictitas, pisolitas). Está abierta a las visitas turísticas. |
Valles PasiegosEl valle del Pas huele a sobao, a mantequilla y a quesadas. La gastronomía montañesa es sabrosa pero contundente, en un valle que siempre ha tenido fama de especial, de diferente. El Pas nace en Peñas Negras, en Vega de Pas, en la vertiente norte de la cordillera Cantábrica, y desemboca 57 kilómetros después en la ría de Mogro. Junto con su vecino, el Miera, forma la comarca de los Valles Pasiegos, un territorio histórico de Cantabria donde hubo monasterios desde los albores de la Reconquista y cuyos habitantes han vivido de la ganadería trashumante. Su aislamiento, su apego a unas formas de vida ancestrales y la deficiente comunicación de sus valles contribuyeron a acrecentar las leyendas sobre los pasiegos. El paisaje del Pas-Miera es un laberinto de prados inclinados y cabañas desparramadas por los cuatro confines. La escasa rentabilidad de estas laderas de alta montaña obligó a los pasiegos a practicar la muda, una especie de trashumancia local. Para ello, cada grupo familiar poseía media docena de cabañas pasiegas en diferentes zonas, por las que iba rotando con sus enseres y su ganado en busca de prados verdes y jugosos. Las cabañas pasiegas, fáciles de ver aún por todo el valle, tienen unas características constructivas únicas en el norte de España. Cuentan con planta rectangular, con la fachada situada en un lado menor y orientada al levante o mediodía. Los muros son de mampostería y la techumbre, de lajas de piedra caliza. Otro elemento singular es la solana, terraza de acceso a la parte alta a la que se sube por una escalera de piedra. La planta baja estaba destinada al ganado, y la alta, a pajar y residencia de los pastores. Las tres villas pasiegas son San Roque de Riomiera, Vega de Pas y San Pedro del Romeral, núcleos rurales de alto valor etnológico donde aún se conserva el paisaje agropecuario original de estas montañas y, en menor medida, alguna de sus tradiciones. La pequeña población, de casas de piedra y balconadas de madera, gira en torno a la iglesia de San Roque, del siglo XVII. En el barrio de Merilla puede visitarse la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, muy rústica de tejado de lastras, igual que las cabañas. |
Santillana del MarSantillana del Mar tiene sus días. Hay veces que las hordas de visitantes acrecientan la sensación de que la villa más turística y visitada de Cantabria es un decorado de cartón. Pero fuera de la temporada alta, cuando las lluvias y la niebla desdibujan los perfiles montañeses de sus casonas, Santillana es el delicioso reflejo de una villa noble, agrícola y ganadera, que fue capaz de evolucionar sin que nada cambiara. Muchos piensan que la reconstrucción de Santillana es reciente, hija del turismo de masas; sin embargo, la localidad empezó a resurgir mucho antes, hacia 1850, cuando la nobleza de Madrid y los indianos que volvían con sus fortunas de América descubrieron sus encantos y pusieron de moda el veraneo en la comarca. Su origen hay que buscarlo en un pequeño monasterio y más tarde colegiata, fundado quizá antes del siglo X, con el nombre de Santa Juliana, de donde deriva el topónimo. Ha sido objeto de todos los calificativos y comentarios a los que una villa puede aspirar. Desde «el pueblo más bello de España», como la definió el personaje de uno de los libros de Jean-Paul Sartre, a «villa de encantadora fisonomía arcaica», en palabras de Emilia Pardo Bazán. Santillana es además una localidad fácil de abarcar. Sus muchas casonas nobles, sus palacios barrocos, sus numerosos balcones de maderas atestados de geranios se abren principalmente a dos calles, la del Cantón y la de Juan Infante, y dos plazas, centro cada una de los dos poderes que modelaron la fisonomía de la urbe, el nobiliario y el eclesiástico. La plaza de Ramón Pelayo es la plaza civil por antonomasia. Otros edificios destacables son la torre del Merino, la de Don Borja, el ayuntamiento, la cárcel y el palacio de los Barreda. Todo el peso del linaje nobiliario se concentra en este espacio triangular, donde no hay piedra que desentone ni color que resalte en la perfección del decorado. Al final de la calle del Cantón, y como contrapeso a la influencia feudal, la plaza de la Colegiata marca el epicentro del poder eclesiástico, que rigió la evolución de Santillana hasta que en el siglo XIV decayó el poder de los abades. |
Iglesia-fortaleza de Castro Urdiales Imponente sobre un cerro que se adentra en el mar, altiva como una fortaleza, la iglesia de Santa María de Castro Urdiales es el mejor ejemplo del gótico en Cantabria y una de las pocas representantes de los templos-fortaleza que miraban a las aguas del Cantábrico. El templo ocupa el mismo espacio que ocupó el castro romano de Flavióbriga, en una pequeña península protegida por grandes acantilados. Aunque una ubicación tan expuesta pasa factura: el viento y la sal deterioran continuamente sus vetustas piedras. La silueta poderosa de su torre, junto con el contiguo castillo-faro y el puente de Santa Ana forman la postal más conocida del Castro Urdiales medieval. El florecimiento de la actividad minera y turística a partir del siglo XIX dio origen a la nueva fachada de la ciudad, la que forman los numerosos edificios señoriales del paseo Amestoy. |
Parque Natural de Oyambre Este espacio natural protegido ocupa 5.000 hectáreas de acantilados, rías, marismas, dunas y llanura costera entre la ría de San Vicente de la Barquera y la de la Rabia. Es un espacio litoral privilegiado, de los pocos que quedan intactos en el Cantábrico. Las rías están sometidas a inundaciones periódicas de agua de mar que condicionan las junqueras, cañaverales y bosques de ribera que las flanquean. Las marismas, por su parte, son las zonas más ricas en avifauna. En ellas anidan zampullines, avetorillos, ánades y multitud de especies migratorias. En la desembocadura de la ría de la Rabia se pueden ver aún los restos del chalé del campo de golf construido en la década de 1920 para la nobleza que iba a veranear a Comillas. Alfonso XIII era uno de los asiduos. |
Playa del Sardinero El Sardinero fue el referente veraniego de la aristocracia y la alta sociedad del siglo XIX, que venía a Santander a tomar los «baños de ola». Aún hoy conserva ese aire distinguido de playa urbana que se sabe poseedora de ese marchamo de hidalguía. Porque el Sardinero no es un lugar donde ir solo a bañarse. Al Sardinero se va sobre todo a pasear, a regodearse con el placer de vivir en un sitio tan privilegiado. Cualquier día del año es fácil ver a docenas de santanderinos con paso decidido por el Sardinero, dando largas caminatas y dejándose bañar los pies. Los jardines que se prolongaban en paralelo a la playa han sido sustituidos hoy por una fachada continua de edificios, pero aún sigue allí el hotel Sardinero, con su blanca fachada, para recordarnos tiempos pasados. |
Comillas La arquitectura indiana y la ostentación de los cántabros que emigraron a América y volvieron enriquecidos encuentra buenos ejemplos en Comillas, el núcleo más emblemático de un estilo de vida decimonónico y modernista de toda la cornisa cantábrica. La historia de Comillas es la de su hijo más famoso, Antonio López, un joven de familia humilde que emigró en 1831 a Cuba y volvió con una gran fortuna. Obra suya y de su segundo hijo, Claudio, es el seminario jesuita (posterior Universidad Pontificia), un edificio soberbio sobre una colina, obra de los catalanes Joan Martorell y Lluís Domènech. Frente a él, sobre otra colina, está el palacio de Sobrellano, que simboliza el poder civil de los López. |
Parque de la Naturaleza de Cabárceno Cabárceno fue desde época romana una inmensa mina a cielo abierto en el macizo de Peña Cabarga, pero una atrevida reconversión lo transformó en el más singular de los zoológicos sin rejas. El Parque de la Naturaleza de Cabárceno ocupa unos 26 kilómetros cuadrados de sorprendente paisaje creado por la continua excavación del hombre en este karst calizo de tonos ocres. En el parque conviven ahora 54 especies distintas de animales en régimen de semilibertad, procedentes de los cinco continentes. El decorado se completó con más de 4.000 árboles de 64 especies diferentes. Se visita libremente en el vehículo propio. Una red de 17 kilómetros de carreteras permite recorrer a voluntad las 19 áreas geográficas y temáticas en las que está dividido y que alberga una gran variedad animal. |
Tudanca Este es un pueblo precioso, pero no un decorado de cartón-piedra. Es un lugar vivo aún, que exhibe con orgullo su arquitectura montañesa, da igual que sean humildes cuadras o hidalgas casonas blasonadas. Estirándose hacia abajo, en una ladera del Nansa, encontramos los huertos rodeados de muros de piedra, las bajeras que huelen a picón y a estiércol y las macetas que adornan ventanas de sillería en una estampa de «paz solemne», como las definiera a Miguel de Unamuno. Por el pueblo han pasado algunas de las mejores plumas de la literatura nacional: Giner de los Ríos, Gerardo Diego, el propio Unamuno o Rafael Alberti, invitados por el escritor José María de Cossío, que encontró en una casona del siglo XVIII el lugar ideal para albergar su biblioteca y también sus soledades. Hoy la casa es un museo y una biblioteca dependientes de la Diputación. |
Liérganes El edificio emblemático de Liérganes es el balneario, que constituye la estación termal más antigua de Cantabria (hay referencias documentadas desde el año 1670) y lugar de postín para el veraneo de las clases pudientes del siglo XIX. Hoy sigue siendo la referencia turística de esta localidad, considerada de las más bellas de Cantabria y llena de buenos y bellos edificios de piedra. Liérganes fue un importante centro industrial desde el siglo XVII gracias a la Real Fábrica de Artillería. La factoría empezó a funcionar en 1622 bajo la tutela de expertos llegados de Flandes. Cuando la fábrica de cañones llegó a su máxima capacidad de producción se construyó otra en el cercano barrio de la Cavada. En 1830, ambos edificios fueron demolidos. Solo se conserva el arco de acceso a la fábrica de la Cavada. |
Playa de Langre Una muralla semicircular de acantilados rodea la playa de Langre, cerca de Somo. Desde lo alto de esa fortaleza de unos 25 metros de alto y estructura de hemiciclo, el Cantábrico se observa lejano y poco amenazador. Las olas parecen abanicos de espuma que se amontonan uno sobre otro en el intento agotador de lamer la fina arena de Langre, y replegarse para iniciar de nuevo el ciclo. En vez de urbanizaciones de chalés, son prados de intenso verde los que se asoman al precipicio. Así tuvo que ser esta tierra cuando unos tipos de mandíbula prominente pintaban bisontes en las cuevas de Altamira. Más que nunca resuenan aquí las palabras de Unamuno, para quien en Cantabria todo era prehistórico, «o mejor, para decirlo con término que puse en circulación —añadía—, todo es intra-histórico». |
Alto Asón Un universo de pliegues verdes y sinuosos recibe al visitante en el valle de Soba, por donde discurre el recién nacido río Asón. Su capital, Ramales de la Victoria, es una ciudad señorial, de palacios y casonas, donde el general Espartero obtuvo una sonada victoria contra las tropas carlistas, a la que hace alusión el topónimo. Pero Ramales y el nacimiento del Asón son famosas sobre todo como capital mundial de la espeleología. La espesa capa de roca caliza que cubre estas elevaciones orientales de Cantabria guarda algunas de las mayores simas y cavernas del mundo, como Cullalvera, el Mortero de Astrana, el complejo Cueto-Coventosa o la cercana Torca del Carlista, aunque esta se encuentra ya en territorio vasco. |
Cuevas de Altamira Conocer Altamira, la obra maestra del primer arte de la Humanidad, es la más atractiva oferta del museo. La visita a la exposición permanente nos lleva a los tiempos de Altamira. La Prehistoria es el primer periodo de la historia de la Humanidad y como tal, el ser humano y su legado son su principal objeto de estudio. Los objetos dejan constancia del desarrollo tecnológico alcanzado, pero es el estudio del Arte el que nos habla de la existencia de un complejo comportamiento simbólico. El Museo de Altamira se ocupa de investigar, documentar y conservar las colecciones de diferentes yacimientos arqueológicos de Cantabria. No obstante, la cueva de Altamira, el estudio de su arte rupestre, su protección y conservación constituyen un objetivo prioritario al que el Museo dedica la máxima dedicación. |